Viene nuestra selección nacional de dos derrotas consecutivas y dentro de poco enfrentará a Bolivia.
En situación de cierto desespero, no obstante que las eliminatorias apenas se inician y el campeonato mundial aún está lejos, el equipo viajará a La Paz para jugar a más de tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar, cerquita del cielo, allá en donde el cuerpo de los jugadores visitantes siente que escasea el aire y que las piernas pesan toneladas.
La altura boliviana (y también, aunque menos, la de otros países), ha sido problema en el fútbol desde hace rato. Si da o no ventaja a los equipos locales, tal es en términos resumidos, el centro del asunto, convertido en polémica a finales de la década de los noventa, en virtud de la prohibición, dictada por la FIFA, de jugar en competiciones internacionales a más de 2.750 metros, razón por la cual los bolivianos acusaron a la FIFA de promover un veto que «marginaba y discriminaba» a su país.
Hace algún tiempo la máxima autoridad mundial del balompié levantó la medida y hoy en día el problema luce zanjado, si bien no ha desaparecido del todo en el medio futbolístico.
Han sido distintas las maneras ideadas para intentar aminorar los impactos de la altura en el rendimiento físico de los jugadores, siendo las más utilizadas, en un principio la aclimatación durante varios días y ahora el uso de cámaras hiperbáricas, diseñadas para llevar a cada célula del organismo mayores cantidades de oxigeno que las que reciben en condiciones normales.
Por cierto, la vinotinto ya se ha servido de ellas y las utilizó en su última aventura boliviana, durante las eliminatorias correspondientes al Mundial de Brasil 14.
Sin embargo, de hace un tiempo para acá parece haber surgido un método nuevo y a primera vista algo extraño, el cual ya ha sido usado, según las informaciones a la mano, por distintos equipos suramericanos (River Plate, San Lorenzo de Almagro, Gremio, Alianza Lima, entre otros), una vez colocados en el trance de tener que disputar partidos en la estadio Hernando Siles, en la capital boliviana.
Se trata del Viagra que, desde luego, no figura entre las sustancias incluidas en la lista anti doping de la FIFA.
De acuerdo a los especialistas, la pastilla genera efectos vaso-dilatadores que aumentan el flujo sanguíneo y la oxigenación y, por ende, elevan el rendimiento, compensando, así, el efecto generado por la menor presión atmosférica.
Por si acaso, es preciso advertir a los ociosos que la píldora no produce erección alguna en los futbolistas, puesto que se administra en dosis más bien bajas y no suele haber, por lo menos que se sepa, una estimulación sexual en la cancha.
En fin, cosa curiosa la del Viagra. El Sildenafil, la sustancia milagrosa con la que se fabrica, se cocinó en los laboratorios Pfizer, una poderosa multinacional norteamericana que andaba, a mediados de la década de los noventa, en la búsqueda de un remedio para la hipertensión arterial y la angina de pecho.
Sin embargo, visto que la droga obtenida en primera instancia no parecía prometedora para tratar a pacientes con estas enfermedades, los investigadores se dieron a la tarea, exitosa a la postre, de explorar la posibilidad de recurrir al sildenafil como medicamento para lidiar con la disfunción eréctil.
Quién iba a imaginar en ese momento que, años más tarde, se aprovecharía con el propósito de mejorar el desempeño de los atletas en la altura. Dicho sea de paso, es una prueba más de que la ciencia no pocas veces transita caminos ignorados hasta por ella misma.
A todas éstas, a uno se le ocurre preguntarse, sólo por no dejar, si Chita Sanvicente conocerá esta nueva aplicación de la famosa pildorita azul. Y si no valdría la pena que lo supiera de cara al cotejo con el combinado boliviano.